Microrrelato. Muy micro. Más que micro, nano.
FIEL
“Tranquilo, chico”, decía una y otra vez mi humano mientras me palmeaba la oreja sentado en el viejo y maloliente sillón. Con la otra mano, acariciaba el gatillo de la escopeta, siempre cargada, siempre a punto.
Fuera, los gritos, los gruñidos, los aullidos, competían con el ulular del viento. Y mi humano repetía “Tranquilo, chico”, como si supiera que todo iba a salir bien.