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Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5: (I)(II)(III)(IV)(V)

Perceval y el Bello, enfurecidos por las insolentes palabras del recién llegado, se lanzaron gritando dispuestos a hacerlo pedazos, pero este, sin perder la calma por un instante, pronunció unas palabras en lengua extraña y el temible mandoble se dividió en dos enormes armas gemelas que al mismísimo Bors le sería difícil manejar con ambas manos, pero que eran enarboladas por Guedin’has como si fueran varas de fresno.

El Bello atacó por la derecha con la intención de sobrepasar a su adversario por el flanco, pero su acero pronto se topó con el arma del de la negra coraza, en un impacto tan poderoso que le hizo rechinar los dientes. Al otro lado, el tajo paralelo al suelo de Perceval también era detenido, con tal economía de movimientos y gracilidad que los caballeros de la Tabla Redonda se preguntaron si acaso su enemigo no tendría ojos en las sienes… aunque las llevara cubiertas por el yelmo.

Los golpes se sucedían despertando ecos metálicos en el pantano, y hasta las ranas parecieron enmudecer ante el prodigioso espectáculo que suponía ver a las tres figuras ejecutando una danza mortal de acero y chispas, aunque era un baile que parecía pivotar sobre Guedin’has; este apenas se había movido un palmo de su posición inicial, con Perceval y el Bello actuando a modo de satélites. Con enorme habilidad marcial, su enemigo flexionaba las piernas, adelantaba los brazos, inclinaba el torso hacia atrás con una agilidad impresionante, sobrenatural, de tal modo que parecía que, sin esfuerzo alguno, lograba detener todos y cada uno de los golpes que le lanzaban.

Como si pudiera adivinar de dónde le caería cada uno de ellos.

Debido a la frustración y al extenuante ritmo del combate, los dos caballeros empezaban a mostrar signos de cansancio y sus golpes comenzaron a ser cada vez más erráticos, y Perceval se dio cuenta de que era cuestión de tiempo: cometerían un error y quedarían a merced de Guedin’has para que este hiciera lo que quisiera con ellos. Optó, tras meditarlo por un instante, por una nueva estrategia y se separó un par de pasos de su enemigo que, si se sorprendió por ello, no pareció demostrarlo, pues continuó combatiendo con el Bello con un brazo mientras el otro espadón apuntaba a Perceval, dispuesto a retomar la batalla en cuanto volviera a enfrentársele.

Sin embargo, al no tener que dividir su atención como antes, Guedin’has mostró una furia y una táctica demoledoras al pasar al ataque. Perceval comprendió que había cometido un error y había precipitado la derrota del Bello, que retrocedía parando las estocadas a duras penas. Cuando quiso enmendarlo era tarde, pues el caballero negro dio un prodigioso salto y atacó con sus dos aceros desde una altura considerable, en un arco descendente ejecutado con tal brutalidad que quebró en tres partes la espada del Bello y se clavó en la pieza protectora de su pecho, tirándolo por tierra.

Perceval lanzó un grito inarticulado de horror al ver a su compañero caído, aunque en su fuero interno dio gracias porque antes del combate había podido colocarse el pectoral y el espaldar; en caso contrario, el golpe podría haberlo tajado del hombro a la cadera.

Guedin’has se giró conforme Perceval, fuera de control, corría aullando para embestirle con su espada como si fuera una lanza, dispuesto a recibirle y derrotarlo, tal y como había hecho con el Bello, que gemía casi inconsciente tras él.

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