Seleccionar página

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5: (I)(II)(III)(IV)(V)(VI)

Ante la carga de Perceval, su enemigo no pareció inmutarse y clavó los pies con fuerza en la tierra, listo para recibir el violento golpe que el caballero le lanzó: interpuso sus dos enormes armas casi con delicadeza, con un floreo, y de inmediato utilizó toda su prodigiosa fuerza para que la inercia de Perceval no solo fuera contrarrestada, sino también aprovechada, pues con un desplazamiento de su torso y brazos, desvió la alocada carga de su oponente hacia la derecha. Al caballero de la Tabla Redonda se le descompuso el rostro al sentirse arrojado a un lado como un muñeco de trapo, pero fue por poco tiempo, pues sintió un fuerte golpe en lo alto de la cabeza que le sumió en la más profunda de las negruras.

Guedin’has permaneció quieto por un instante, contemplando a los dos caballeros caídos. Perceval yacía aovillado a sus pies, mientras que el Bello, que había logrado arrastrarse a duras penas hasta el árbol más cercano, lo contemplaba respirando con agitación.

–¿Qué eres? –le preguntó sintiendo vergüenza al ver que mientras que las placas de protección del caballero acorazado en negro continuaban igual de impolutas que antes de iniciarse el combate, estaba manchado con barro y lodo verdoso del pantano.

–Ya me he presentado. –Guedin’has, emitiendo una risita, hizo una reverencia que crispó los ánimos del Bello, aunque no bien sabía que no podía hacer nada: se sentía incapaz de levantarse, tenía el brazo entumecido y el pecho le dolía horrores–. Vos, ahora, sois mi prisionero. ¡Consideraos afortunado pensando que mi señor os quiere con vida!

Acto seguido, juntó los mandobles que se fusionaron en uno emitiendo un susurro metálico y, cogiéndolo por la mitad de su filo, lo llevó hacia su espalda. Sin poder creer lo que veía, el Bello quedó boquiabierto cuando la temible arma se soltó de su mano y avanzó, como si la hubiera lanzado, hasta alcanzar un punto en la espalda de Guedin’has, donde reposó como si estuviese envainada.

Después, sus manos tocaron el extraño yelmo que cubría su cabeza en un lateral, y el Bello escuchó un chasquido y un siseo que, a todas luces, permitió a Guedin’has soltar la pieza del resto del conjunto.

El Bello no supo si quería ver o no el rostro de su enemigo, la faz que se ocultaba bajo todo ese metal, y numerosas imágenes de criaturas de leyenda pasaron por su mente.

Sin embargo, no estaba preparado para lo que vio.

Era la criatura más hermosa que jamás hubiera visto. El hombre, si se podía llamar así, poseía una cara digna de los mejores escultores de Grecia, de facciones suaves que parecían talladas en un mármol de exquisita calidad, pero sin desprender en absoluto la frialdad de la piedra. Sus ojos, redondos, grandes, inquisitivos, parecían reflejar la tenue luz del pantano, lanzando destellos ora dorados, ora escarlatas, y el cabello, cortado a la altura de la nuca, era del más puro blanco que jamás nieve alguna podría conseguir.

Por unos instantes, el Bello dejó de respirar debiendo obligarse a recuperar el aliento. Mas el dolor, por fin, se adueñó de su cuerpo y recibió el dulce abrazo de la inconsciencia.

¡Sigue leyendo!