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Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6: (I) (II) (III) (IV)

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La joven cerró los ojos pero no durmió. Escuchaba a Firdánir y Morgana bisbiseando al otro lado de la casa, y aunque no lograba captar todas sus palabras y el tono de voz no era en absoluto de enfado, imaginó que no sería una charla muy amigable, visto lo que había pasado hacía poco.

Tenía mucha razón: Firdánir había hecho señas a Morgana para hablar con ella en un aparte, cerca de la zona de la cocina, y la hechicera escuchaba al elfo divertida mientras arrancaba con tranquilidad las pequeñas hojas de un ramo de perejil.

–Explicaos, Morgana –exigía Firdánir–. Decidme por qué no debo expulsaros de mi casa ahora mismo.

–¿Acaso estáis sordo, elfo? –replicó con saña–. Ya lo he dicho: no eran los caballeros de la Tabla Redonda; aquellos a los que he matado eran creaciones, cuerpos animados por magia para parecerse a Perceval y el Bello, imágenes tomadas a partir de los modelos reales. ¿No sois vos capaz de olerlo? ¿Acaso no tenéis ninguna familiaridad con la magia de vuestro pueblo?

–Yo… –Firdánir pareció avergonzado, pero se defendió al decir–: No todos los nuestros conocen la magia. Yo no me encuentro entre ellos…

–Sí, eso lo he visto. –En la voz de la mujer no había un ápice de amistad–. Manejáis el arco, sabéis algo de hierbas y poco más. Así que, como ni vos ni ella –señaló a la joven en la cama– sois expertos en hechicería, mejor que me dejéis estas cosas.

»Si no hubiera sido por mí, es posible que ahora estuvierais muertos.

–Quizá no querían matarnos –especuló él.

–Quizá. Quizá solo querían raptarla a ella. ¡No seáis bobo, Firdánir! ¿Cuántas veces tengo que decir que Elin es la respuesta a la brecha entre mundos? Yo quiero cerrarla. Él, ese al que pareces conocer, aunque no hayas dicho mucho, quiere abrirla. No hay más, elfo: somos enemigos y los poderes que se pueden desatar son grandes. ¡Mucho más grandes de lo que las mentes de un anciano desterrado y una joven inexperta son capaces de entender!

La reprimenda de Morgana hizo que Firdánir callara con aire triste, quizá por la referencia a su vejez y la escasa ayuda que podría prestar en una batalla de magos, y se dirigió a la cama sentándose junto a la cabecera del lecho, contemplando a Elin respirar de forma apacible y suave.

La joven abrió los ojos y dijo:

–Quiero irme a Camelot. –Pugnó por incorporarse, pero el dolor en el torso era grande y desistió.

–Tranquila, Elin, tranquila… Ahora debéis dormir. Por la mañana estaréis mejor…

–Sí –interrumpió Morgana–. Que duerma esta noche y mañana hablaremos de qué hacer. Yo tengo que ir… a un sitio.

–¿Qué? –inquirió Elin, incapaz de seguir aguantando la rabia–. ¿Matáis a dos caballeros y ahora os vais?

–¡Argh! –rugió Morgana, dándose la vuelta y abriendo la puerta de la casa con tanta furia que golpeó la pared–. Que te lo explique Firdánir, chiquilla.

Sin más, con paso vivo, Morgana salió a la noche. Había dejado de lloviznar y las nubes se habían retirado, de forma que la Luna y las estrellas tachonaban la cúpula del firmamento. En el interior de la morada, Firdánir resumió lo que Morgana le había dicho sobre los caballeros que no eran tal y Elin, con ojos brillantes, dijo al cabo:

–¡Pero entonces quizá vivan y estén presos! ¡En ese caso, debemos ir a buscarlos!

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