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Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6: (I) (II) (III) (IV) (V)

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Firdánir apoyó con ternura, si bien con decisión, las manos en el hombro de Elin, impidiéndola levantarse. La muchacha contrajo la cara en un rictus de dolor al sentir la costilla rota arañar el interior de su cuerpo, y el elfo dijo con voz calmada:

–Ya ves, Elin. No llegarás muy lejos en tu estado.

Los ojos de ella relampaguearon por un instante, pero reconoció que tenía razón y, suspirando, se tumbó de nuevo.

–Debo… sacar los cuerpos. –Firdánir se levantó y miró hacia los dos cadáveres con gesto cansado; llegó hasta el del Bello y se arrodilló junto a él, procurando que sus ropas no quedaran manchadas por la abundante sangre estancada en el suelo–. Intenta dormir, Elin.

Con los ojos cerrados, hundiéndose poco a poco en la bruma de los sueños, la joven escuchó al elfo ir de aquí para allá, lanzando gruñidos por el esfuerzo que le suponía arrastrar los fornidos cuerpos de los caballeros, y pronto quedó dormida.

Entre la oscuridad, Elin vio una luz, un pequeño alfiler lejano que fue creciendo en intensidad hasta amenazar con cegarla por completo. Entornando los ojos, se fijó en que una figura oscura estaba en el interior de la esfera resplandeciente, alguien vestido con una túnica de amplias mangas que se acercaba hacia ella, tan rápido que pronto su cuerpo tapó la luz, permitiendo a Elin ver el rostro del recién llegado.

–¡Merlín! –exclamó. El mago asintió con dulzura y se mesó la barba en un ademán paternal, riendo a carcajadas.

–Me ha costado dar con vos, muchacha –dijo él–. Estás en un sitio indeterminado… entre este reino y el otro…

––¡Oh, vos también! ¡No, por favor! –Elin giró los ojos sobre sus órbitas al pensar en que, al hablar con magos, siempre se llegaba a las mismas chaladuras.

–¿Yo? Bueno, es igual. –Merlín manoteó para restar importancia al comentario de Elin–. ¿Estáis bien, Elin? Os noto cansada.

Ella se señaló el torso, diciendo:

–Una costilla rota, al parecer.

–No es cuestión baladí –replicó él–. Os aconsejo volver lo antes posible a Camelot. Para sanaros. Y porque tenemos que hablar…

–¡Pero el Bello y Perceval!

–¿Qué pasa con ellos? –En su pregunta, Merlín deslizó sin disimulo un tono de molestia por la interrupción.

–¡Están presos! ¡Los tiene el señor de los elfos!

Las cejas de Merlín se enarcaron de tal modo que parecía iban a salir disparadas, pero mantuvo la calma y, cruzando los brazos sobre el pecho, dijo:

–¿Cómo ha sido eso? ¿No estaban con vos? Los mandé con instrucciones bien claras…

–¿Claras? –Merlín volvió a torcer el gesto ante la impertinencia de la joven–. Dijisteis al Bello que encontraría su nombre perdido en este bosque, y a Perceval, que hallaría la Copa de Cristo.

Él se encogió de hombros y sonrió, como si fuera un niño pillado en medio de una travesura.

–No fueron esas exactamente mis palabras, si hemos de ser justos. Y la cuestión principal era que os acompañaran, Elin.

–Los engañasteis –dijo escandalizada.

–Eso parece, sí. –Merlín manoteó de nuevo, dando por terminada esa parte de la conversación y dijo–: ¿Qué ocurrió? Decidme.

–Morgana. –Ante la mención de la hechicera, el rostro de Merlín se agrió como si chupara limones–. Con sus artes, hizo que se apartaran de nosotros y persiguieran una ilusión.

–Ya. Era de imaginar que esa arpía no pudiera permanecer al margen.

–¿Al margen de qué?

–Eso, querida Elin, no puedo decirlo aquí y ahora –contestó él–. Queda para Camelot. Cuando volváis.

–¿Y Perceval? ¿Y el Bello? –insistió–. No pensáis dejarlos a su suerte, ¿no?

Merlín se toqueteó el labio inferior, pensando en si dar una respuesta afirmativa o negativa, y al fin dijo:

–No. Por supuesto que no. Pero ahora, seguid durmiendo. Las cosas estarán más claras por la mañana.

Sin dar opción a Elin a protestar, el mago hizo un gesto con la mano y volvió la oscuridad de una noche sin sueño.

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