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Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6: (I) (II) (III) (IV) (V) (VI)

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Por la mañana, Elin se levantó descansada, sin sentir dolor en el costado, como si nunca hubiera sido herida. Su mente comenzó a trabajar de inmediato y, con la lucidez que da un nuevo día, supo a la perfección lo que iba a hacer. En cuanto se removió en la cama para levantarse, Firdánir acudió corriendo hasta ella.

–Espera, espera… Deja que te ayude. –El elfo le ofreció la mano y ella la aceptó, más por cortesía que nada, pues tampoco notó nada de dolor en cuanto comenzó a moverse.

–Estoy bien, Firdánir. En serio –dijo.

–Aun así, espera que te caliente otra tisana. Aliviará el dolor…

–Bien, pero no es necesario. Me encuentro bien, de verdad.

El elfo enarcó una ceja, incrédulo, pero ella se presionó en el lugar donde la mágica copia del Bello había hundido su puño enguantado en acero y no hizo siquiera una mueca de dolor.

–¿Puedo…? –preguntó Firdánir boquiabierto, acercando la mano al torso de la muchacha.

–Sí, Firdánir –contestó ella riendo–. Puedes. Como Santo Tomás –añadió, aunque él no entendió la referencia.

Confuso, Firdánir comprobó que no había signo, al menos hasta donde él alcanzaba a saber de medicina, de una costilla rota. Retiró el vendaje con el que la noche anterior había rodeado el cuerpo de la joven y miró por poco tiempo para evitar que la vergüenza, por estar siendo examinada por un hombre, asomase al rostro de Elin. Cuando ella se cubrió al fin la piel con la camisa, asomó a su rostro un gesto interrogativo.

–Es… asombroso –reconoció él–. Quizá sea debido a tu facultad.

–¿Qué tiene que ver? –preguntó Elin.

–Verás… el tiempo pasa a otro ritmo cuando tu capacidad se hace presente, así que es posible que, mientras que haya pasado una noche para el mundo, en el interior de tu cuerpo el tiempo se haya enlentecido permitiendo que tu costilla se curase… No lo sé, la verdad –dijo al fin, incapaz de seguir por esos derroteros aunque no sonaban tan ilógicos como podía parecer.

–Es lo de menos, Firdánir. –Elin dio una palmada con energía–. Morgana no ha vuelto, ¿verdad? –Miró en rededor.

–No. No sé donde puede estar.

–Mejor.

–¿Por?

–Porque estoy cansada de sus tejemanejes. Y de los de Merlín, ya puestos –añadió críptica–. Es hora de hacer que mi destino sea mío, que yo sea la artífice de mi propio camino.

La decisión en su voz era tal que el elfo se sorprendió a sí mismo asintiendo con una sonrisa de orgullo.

–Saldré ahora mismo hacia el castillo de ese señor élfico del que hablas. Mis amigos esperan a alguien que los libere. ¡Perceval y el Bello cuentan conmigo!

El momento de satisfacción que había sentido Firdánir se evaporó al instante, en cuanto ella se puso de pie y comenzó a abrocharse el cinto del que colgaba la vaina de su espada.

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