EL PASAJE DEL DIABLO
He aquí una nueva reseña de un compañero del Círculo de Fantasía (web, aquí), Miguel Costa (su web personal, en este enlace y blog, aquí), repleta de sudores fríos, experiencias macabras y momentos lúgubres. Así escribe Miguel (me consta que él no es así, desde luego), poniendo siempre su pluma, su procesador de textos mejor dicho, al servicio del miedo y el terror.
Pero, ¡ojo! Un terror elegante, muy alejado de la casquería y el susto fácil, que se centra en la creación de escenas morbosas a veces, horripilantes otras, para crear en quien lo lee una sensación de incomodidad cuando menos. Leer los relatos de Miguel es una experiencia que a mí, personalmente, me transporta a los grandes autores de terror de hace tiempo, con especial importancia de Poe y Lovecraft. Aunque estos dos autores son piedras fundacionales del terror contemporáneo, su estilo, su atmósfera, su temática, son muy distintas a lo cultivado por los autores del género actuales, más centrados en nuestras paranoias y miedos del día a día, fruto de nuestra neurosis colectiva social.

El autor. No le tengáis miedo: es muy buen tipo.
Por tanto, Miguel da un paso atrás para observar la evolución del terror y decide, con esa amplia visión que da la distancia, apostar por las formas decimonónicas (y de principios del s. XX), creando unos textos macabros en los que el horror surge, sobre todo, de la aparición del elemento sobrenatural o violento en unas vidas, por lo general, normales en apariencia. Digo en apariencia porque, en algunos casos, son los propios protagonistas los partícipes activos de dicho horror, son ellos los propios monstruos.
Pero, en El pasaje del diablo los que brillan con luz propia (aunque sea oscura) son los seres fantásticos que atormentan a los personajes que pueblan las páginas de esta pequeña antología de relatos. Y, unido con lo dicho antes, se tratan de criaturas más propias de los relatos románticos que del terror actual, tomados con una sensibilidad que, al mismo tiempo, choca con nuestra forma moderna de percibir la vida y la literatura, creando una mayor sensación de extrañeza y redondeando la atmósfera de inquietud. Vampiros, licántropos, fantasmas, brujas… seres que, sin embargo, despliegan sus actos demoníacos en unos textos que no carecen, en absoluto, de corazón y sentimiento. En este sentido, me han venido a la cabeza las más siniestras Leyendas de Béquer, pues Miguel conjuga con acierto la pasión (por la vida, por el amor, por la familia…) con el horror utilizando una prosa tranquila, directa y pausada que se devora gracias a su forma de ir directamente al meollo de la cuestión, desnudando de artificios barrocos lo que escribe.
No diré más de El pasaje del diablo, pues los relatos se devoran (como haría un licántropo con el corazón de su víctima o con la misma ansia que el vampiro bebe la sangre) y hablar de ellos es destripar (como uno de los personajes hace con el hacha) su argumento. Solo puedo recomendar un librito que bebe de los grandes clásicos (casi pioneros) del terror y que se disfruta transportando a quien lo lee a mansiones oscuras iluminadas apenas por candiles mientras los relámpagos dibujan funestos escenarios de camposantos en el exterior.
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BOLA EXTRA: Blatodeo
Lo primero que me viene a la cabeza tras leer Blatodeo (he aquí el enlace en Amazon) es lo que Miguel señala al final del libro: la inspiración de Lovecraft está más que presente, tanto en la ambientación rural a lo El color surgido del espacio como en los personajes, con ese protagonista que más bien parece un académico trasplantado en una casa solariega y un vecino secundario que es el que hace que el susodicho «levante el culo» para investigar y convertirse en un pequeño action hero de las revistas pulp.
El tono en general es opresivo, casi claustrofóbico a veces, tal y como corresponde al estilo lovecraftiano, al casi solo utilizar una escenario: las pocas escapadas al cementerio y la calle no alivian esa sensación. Y el colocar la revelación final (tan lovecraftiana también, con sus dimensiones, horrores insondables y tal) en otro lugar diferente al que ha sido el principal marco del relato es todo un acierto, dando una mayor movilidad al texto, que conduce al inevitable fin (todos sabemos qué va a pasar al final cuando leemos a Lovecraft o un relato inspirado; lo que importa es el viaje, no el destino). Las omnipresentes cucarachas, con esa capacidad que tiene para crear asco en la mayoría de los humanos, son el elemento repulsivo necesario, el vehículo de la normalidad anormal que se convierte en horror al final.
En suma, una lectura entretenida y un más que digno homenaje al maestro de Providence.
Me estoy picando en este tipo de literatura, y tú tienes la culpa, que lo sepas ehhhh?
¿Quién, yoooo? La culpa es de Miguel, por escribir «El pasaje del diablo». Yo solo he hecho una humilde reseña 😀 😀 😀 😀
¡Un abrazo!
Si, sí, estos libros me hacen no dormir, no escribir, no hacer la comida, no limpiar, son una droga, por favor!!!!!!!!! :-)!
Exageradaaaaa… De todos modos, el de Miguel se lee en un suspiro, así que no te va a consumir mucha vida 🙂
Encantada estoy de consumir mi vida leyendo y escribiendo.
Consumir… pero bien consumida. Como una vela que proporciona luz. No un consumo inútil 😉
Sí, al menos deberia de dejar de escribir, quizá, probablemente lo haga. Realmente tampoco sirvo para eso. Besos, amigo.
¿Poooor? No digas eso. Tus poesías son entretenidas, amenas, nostálgicas, duras a veces, tristes, amargas, interesantes… Sinceramente, te animo a seguir 😉